Querido intelectual contemporáneo

Querido intelectual contemporáneo:

Todos sabemos que ser progre paga muy bien. Serlo es sin duda una elección racional. ¿Quién querría suicidarse antes de comenzar su carrera? Nos queda claro que nadie, mucho menos si aspira a algo importante: sea la literatura, el cine o un nicho en los periódicos y en los programas de opinión. Me temo, sin embargo, que esta afirmación le pueda parecer un tanto ofensiva. Lo más seguro es que yo me esté equivocando y que usted no sea un progre por conveniencia, porque tiene que hacerlo para encajar en el sistema y porque de esa manera se llevará los aplausos tanto del público como de sus congéneres, sino porque está realmente convencido y tiene un fuerte compromiso social.

Si ese es el caso, usted es un héroe y no me queda más que aplaudir su honestidad intelectual. Está claro que ese es un valor en sí mismo, tal y como siempre dicen de Ernesto Guevara: fue un poco sanguinario, pero vivió de acuerdo a sus ideales; qué gran hombre. O también piense en Pablo Neruda, el poeta sentimental chileno que aplaudía el régimen del nada sádico Stalin. Tal vez dicha ideología fue un poco perversa, pero eso no importa porque esos dos y tantos otros eran idealistas, querían un mundo diferente. El romanticismo es siempre un atenuante a la hora de defender doctrinas disfuncionales. Esto, claro, solo aplica a la izquierda y no es el caso en la derecha. Por ejemplo, al pobre Knut Hamsun, Nobel de literatura, jamás le perdonaron que fuera simpatizante de Hitler, ni a Ezra Pound que fuera fascista. Ya sé que me estoy yendo a los extremos. Tampoco crea que estoy sugiriendo que usted es un comunista. Nada más quería mostrar que muchos intelectuales y artistas tienen ideales con los que siempre son consecuentes, aunque solo a algunos se les aplauda. Sospecho que si tenemos algún buen recuerdo de esos escritores de la derecha es porque surgieron en una época distinta, cuando se podían garantizar un espacio en las estanterías y en los medios sin tener que responder a la exigencia de los discursos bienintencionados del progresismo.

¿Seré muy insidioso si le pregunto, querido intelectual contemporáneo, si en la actualidad un joven Knut Hamsun tendría espacio en el mundo de las artes? Tiendo a pensar que no, que lo bloquearían porque su opinión es incomoda —no como la de un tibio, onda Vargas Llosa, que es soportable, sino como la de alguien que está por completo fuera del sistema—, pero eso debe ser porque soy un reaccionario.

Lamento las referencias literarias, porque al parecer en esta época vale como intelectual un actor o un productor de teleseries dizque muy polémicas (si son de narcos o políticos corruptos mejor y tienen un par de homosexuales, eso suma puntos). Volvamos al tema que me interesa, que es el de la intelligentsia y el progresismo. Lo que el público quiere escuchar es que —por decir un nombre— Gael García opine sobre temas económicos o una Ana de la Reguera nos dé su visión sobre la política fiscal. Basta con que el personaje sea muy crítico, muy contestatario, muy políticamente correcto, muy amigo de la diversidad, muy altermundista, muy del pueblo, y si es blanco mucho mejor, porque entonces así estará expiando los pecados originales de su raza. 

Hace poco, a propósito del mundial, vi unos tuits bastante curiosos de un escritor mexicano al que admiro. Fue un día horrible. El equipo nacional se relajó y le entraron dos goles, uno de ellos mediante un penal dudoso que trajo nefastas consecuencias: que los mejicanos de internet, tan sagaces y graciosos como siempre, nos sodomizaran virtualmente por semanas con el mantra del "no fue penal". En ese contexto, cuando la selección fue eliminada de los octavos de final, una aerolínea holandesa publicó el siguiente tuit: 
Akari y el moe al servicio del racismo.
El gran escritor tuiteó por dos horas que ese chiste gráfico era racista (quizá porque el sombrero es genético). También a las protestas se sumó Gael García, que amenazó con jamás volar en la aerolínea, poniendo en jaque la economía holandesa que depende de los ingresos de un actor. Supongo que usted, como intelectual contemporáneo que es, también se sintió ofendido (y eso que dicen que los meshicas saben burlarse de sí mismos) y dejó de comprar tulipanes. Lo felicito, está usted comprometido con su país. Aunque hay algo que como reaccionario no me termina de cuadrar. ¿No eran ustedes, los intelectuales contemporáneos, los que se habían comprado la falacia de Lewontin? O es que yo no estaba enterado de que los mexicanos eran una raza. Supongo que los guatemaltecos serán otra. En fin, eso no es lo importante. Ustedes son muy progres y lo que importa no es la certeza sino los sentimientos.

Seré sincero, que se me acaba el espacio y esto se vuelve cansino. No creo que usted sepa muy bien lo que significa racismo, incluso si su profesión está relacionada con las letras. Siempre que algo lo moleste y desentone con los lineamientos de la narrativa de la que hace eco, puede invocar este tema y así sentirse satisfecho consigo mismo por ser un verdadero luchador social. Todos lo van a aplaudir aunque no tenga ni idea de lo que está hablando. Y aquí dejé de referirme a un solo tema. Lo que pienso, querido intelectual contemporáneo, es que usted no tiene mucha idea de nada, pero a cambio de eso sabe muy bien qué decir acerca de todo. Con eso es suficiente para garantizarse su nicho, al fin que el discurso del progresismo es muy sencillo, por no decir burdo. La idea es quedar bien, ser muy progre, muy buena onda, muy políticamente correcto. 

Usted ha elegido ser un buen intelectual contemporáneo y lo hace muy bien.

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