Se ganó tan solo una breve ilusión. Ese fantasma anunciado por un obeso barbado nacido en Tiers en el siglo XIX sigue presente, en formas por lo general más sutiles allá en el viejo continente y de manera abierta en buena parte de los países tercermundistas. Cayó un muro, un símbolo, pero no la idea ni mucho menos la cultura del colectivismo. Los cursis festejan un montón de escombros y piedras que no dicen nada de la afrenta contra la libertad y el sentido común en la época actual. Mientras que ellos veneran esos cascajos, los Estados continúan avanzando hacia una senda de la que jamás se desviaron. En el mejor de los casos redujeron la marcha y, como los ciudadanos e intelectuales demócratas ingenuos, se engañaron a sí mismos. Todos los vicios acarreados por la cultura del socialismo persisten, abanderados incluso por las derechas disfuncionales del mundo civilizado.
Esto es lo que sucede en un mundo donde el relativismo es ley. Esos liberales confusos no entienden que una tregua temporal o un aparente cese al fuego no es una conquista. ¿Cómo celebrar la aparente caída del andamiaje socialista si en Europa surgen cada vez con más fuerza partidos contrarios a la idea de la libertad? Y lo que es peor: su aceptación, como en el caso de Podemos en España, no es poca. Bastaron veinticinco años para que los enemigos de occidente fuesen capaces de exponer las ideas revolucionarias ya sin la necesidad de esconderlas tras el velo de los eufemismos. Ante el hartazgo de las masas, no producido por una aplicación irrestricta de los principios liberales sino por el híbrido del corporativismo y las modas progresistas, hoy las izquierdas más irracionales no tienen que hacer demasiado para convencer a la gente de que sus ideas no son peligrosas. Si fuera cierto que la libertad triunfó, entonces esos personajes estarían de facto desacreditados.
Como sucede con muchas cosas que son tomadas como conquistas sociales, este es un asunto de cursis. Hace cinco años gané una mención honorífica en un concurso cuyo tema era “La libertad a veinte años de la caída del Muro de Berlín”. Yo fui el único que escribió un ensayo al respecto. El segundo lugar se lo llevó un poema de corte arjoniano. Lo más memorable fue el espectáculo cutre con que dio inicio la ceremonia de premiación. Un gran muro en el escenario fue derribado al momento de que una banda versátil cantaba el famoso estribillo de Another Brick in The Wall, quizá sin entender que ese disco más bien mediocre de Pink Floyd hablaba en realidad de otras cosas. Y entre tantas luces y humo, podríamos ser más apropiados con esas ideas románticas de victoria y seguir escuchando en un loop infinito aquella canción de los Scorpions, incluso en su infame versión cantada en el peor ruso que el oído humano ha registrado. Mientras, afuera del sótano donde se lleva a cabo la fiesta de la cursilería, los enemigos de la libertad no han desperdiciado ni un minuto en construir otros muros, acaso transparentes para que los idiotas útiles sigan festejando sus ilusiones.
1 Comentarios
Cayó la cortina de hierro. Pero la cortina de miel (socialdemocracia) sigue en pie y más pegajosa que nunca.
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