Sucede a veces que no es a los conservadores sino a los progresistas a quienes les explota en la cara la pirotecnia que ellos mismos ponen frente a sí. No habría que sorprenderse por las noticias acerca del terror, después de todo este es el mismo occidente que, en aras de las sonrisas y las buenas intenciones, hace décadas que camina hacia el desfiladero. Un día un novelista publica una ficción acerca de una Francia en la que un musulmán gana la presidencia, al siguiente la élite intelectual lanza sus ataques en contra del escritor, pocos días después, al grito de Alá es grande, un grupo de inmigrantes, seguramente con una ciudadanía que se les otorgó ciegamente, se plantan frente a las oficinas de una revista progresista de sátira y matan a una docena de personas, periodistas y policías incluidos.
De nuevo: no nos alarmemos, esto es occidente. Un occidente que, cargando el fardo de una absurda culpa autoimpuesta y acusado por unas ansias suicidas, parece más preocupado por la creciente popularidad de alguna política de derecha que ha hecho su carrera advirtiendo sobre los problemas de la inmigración masiva, que por los ya comunes actos de violencia que a modo de hobby perpetran los mahometanos. El novelista que causó escándalo por su novela de tintes proféticos, Michel Houellebecq, ya lo advertía: Le Pen podrá parar la inmigración, pero no la islamización de Francia.
No hay que desestimar el hecho de que las víctimas fueron los biempensantes. La misma publicación de poca monta que incurrió en el error de provocar a sus huéspedes por medio de una caricatura que ridiculizaba al profeta, hacía lo propio con la figura central del cristianismo. Mientras que los de la media luna no han escondido la cimitarra, hace mucho tiempo que los creyentes en Jesús olvidaron cuando Él proclamó: No he venido a traer paz, sino espada. Véase la patética reacción de un periódico estadounidense, censurando la imagen que desató la ira de las bestias por temor a la ofensa de los salvajes. No hace falta recurrir al imaginario heroico de los cruzados para entender el sentido de la sentencia que aparece en Mateo 10:34. Hay un abismo entre dar la otra mejilla y ofrecer la yugular al enemigo.
No es un asunto solo de fronteras. La paranoia de los occidentales es tan grande que más vale no proclamar el diagnóstico correcto, porque de hacerlo se corre el riesgo de ser declarado anatema en la religión del progresismo. Sonarán los balazos, estallarán las bombas, pero los que ya tienen su nicho de poder y una narrativa fija, basada en el concepto tan europeo de la tolerancia patológica, no pedirán una reconquista moral y cultural para su continente. Esa no es posibilidad en la civilización de los que mueren por garantizarle a otro el derecho a destruirlos.
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