Recientemente un progresista de Holanda decidió debatir conmigo a propósito de una reseña que hice en Goodreads acerca de ese panfleto de poca monta, pero que tanto ha calado en la academia y en Tumblr, sobre el privilegio blanco. El sujeto en cuestión invirtió una hora o más escribiendo su contraargumento, con datos, gráficas y todo, solo para encontrar una hora después que su comentario había desaparecido. Para desgracia suya, de toda la izquierda, de la mayor parte de los sectores libertarios e incluso de varios otakus (no soy conocido en el séptimo estilo por interesarme en las opiniones de los demás acerca del moe), hace cosa de dos años que yo renuncié por completo al debate.
Idealismos aparte, por lo general debatimos no para cambiar nuestras ideas sino para reforzar nuestras convicciones. Lo más sensato, en ese sentido, es asumir que el contrario no es alguien a quien le interese adoptar las ideas de uno. Quien entra al campo de batalla con ganas de caer ante el otro es porque o se trata de un suicida o de un imbécil. Hay algo noble, nos dice nuestra cultura democrática, en el intercambio de ideas y el diálogo entre los que piensan distinto. Tal vez sea cierto para muchos, pero es claro que para mí no. Debatir, sobre todo en internet, consume tiempo y reditúa muy pocos beneficios.
Cabe la posibilidad del desencanto de las ideas propias. Si ese es el caso, existen mejores medios para revalorar las ideologías —los libros o este blog, por ejemplo—. Pensemos en un valioso concepto que nos ha dejado la ciencia económica: la división del trabajo. Diferentes personas cumplen con distintos roles en la sociedad. Hablando en estos términos, están aquellos que proveen información y los que la reciben. No debería extrañar a nadie que, desde hace un tiempo, yo me dedique únicamente a escribir ensayos que no necesito defender (ya que la mera argumentación debería bastar) cuando quiero ser serio al respecto de ciertos temas. Hay una razón por la que algunas personas se dedican solo a desarrollar y transmitir información. Se trata de un talento que no todos tienen ni pueden adquirir. El hecho de que dos personas compartan las mismas ideas no las convierte en iguales. Uno tendrá una mejor pluma para ponerlas por escrito. Si esto no fuera así, entonces todos serían excelentes escritores. Pero así no funciona la naturaleza humana: nunca fuimos una especie destinada a la igualdad ni de condiciones ni de resultados. De ahí que los reaccionarios reconozcamos las jerarquías, con todo el narcisismo que esto conlleva.
No es difícil adelantarse a los argumentos del contrario. Aquellas personas como el holandés a quien le borré el comentario seguramente pensarán que lo mío se trata de cobardía. Yo lo llamo simple pereza. Pero no importa cuál sea la verdad: el tulipán no cambiará de ideas y yo no perderé el tiempo intentando convencerlo de que se equivoca. Hay cosas más productivas por hacer, y lo cierto es que todo ese anime no se va a ver solo.
2 Comentarios
Es difícil aceptar lo de las jerarquías y lo de que hay gente "superior" cuando uno se da cuenta que viene perteneciendo a las castas medias y medias bajas y es parte de los "inferiores" y/o las masas de los comunes y los corrientes.
ResponderBorrarYo por mi parte me resigno y lo acepto pero no creo que exista modo de convencer a las masas para las que las ideas de igualdad son mas cómodas y reconfortante. Supongo que para un reaccionario eso es irrelevante pero entonces ¿como piensan (re)establecer el sistema la aristocracia/meritocracia?
¿Jerarquías? ¿Y cuáles son los parámetros necesarios para ser considerado como miembro de una jerarquía más alta o más baja según un reaccionario? Tengo muchas dudas al respecto.
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